Cuando, en mi calidad de militar profesional, me preguntan por mi opinión sobre el concepto de Paz, pienso que es igual que si a un médico le preguntan qué entiende él por Salud, o a un policía por la noción de Legalidad, cuando su tarea diaria es tratar con sus antagónicos, la enfermedad y el crimen, respectivamente. Y creo también que es importante definir primero que es aquello de lo que hablamos, pues no siempre todo el mundo da igual significado a la misma palabra.
Paz no es sólo una situación o estado de ausencia de violencia, una no-guerra. Paz es justicia, respeto de la dignidad humana, de las libertades individuales, y de las sociedades en las que se agrupan las personas, independientemente de nacionalidad, raza, etnia, preferencias sexuales, creencias religiosas y afiliación política.
Los valores asociados con el concepto Paz constituyen también el acervo de una sociedad democrática avanzada, hasta el punto de que sólo en el seno de esta última encontraremos una paz autentica y legítima (paz positiva), aquella que transciende la mera ausencia de guerra y violencia directa (paz negativa).
Es fácil encontrar ejemplos de estados y sociedades que no están en guerra o conflicto armado con ningún otro, cuyos ciudadanos –o al menos aquellos que no se manifiesten contrarios al poder establecido– no ven amenazada su integridad física; pero que, en cambio, deben soportar una autoridad opresora. Con ello quiero decir que un estado autocrático, no liberal, puede ser capaz de garantizar una paz imperfecta, donde no existe conflicto armado, pero donde, al mismo tiempo, se ejerce alguna clase de violencia sobre los ciudadanos, a los que se restringen sus derechos humanos y civiles.
Y es aquí donde entro a explicitar que supone la paz para mí. No es sólo una situación de ausencia de conflicto armado, sino una situación en la que se garantiza el respeto de la dignidad y libertad individual, tanto a título personal como colectivo; es decir, como miembro de una nación soberana, que es capaz de tomar sus propias decisiones de manera independiente. Es necesario un estado democrático –o mejor dicho, un conjunto de ellos– para asegurar esa PAZ con mayúsculas.
Y considerando la condición dualista de la naturaleza humana, en un contexto de intereses nacionales contrapuestos, sociedades donde conviven individuos que sustentan valores virtuosos con otros con intereses espurios, la paz no es algo que venga dado; no es un maná que cae del cielo o algo que esté en la naturaleza de las cosas y llegue como consecuencia natural de una bondadosa evolución humana. Paz es algo por lo que hay que luchar día a día.
El militar, encuadrado en un ejército regular incrustado en un estado democrático, lo hace con las armas, gestionando la fuerza que ese estado le otorga –Si vis pacem, para bellum. (Si quieres la paz, prepara la guerra)–. Lo hace normalmente mediante la disuasión, a través de una fuerza creíble que disuada a un hipotético adversario porque el daño que puede recibir en un enfrentamiento armado es superior a la ganancia a la que aspira. Y, en último extremo, cuando todo lo demás falla, lo hace utilizando esa fuerza en defensa de los propios intereses. El ciudadano no debe desentenderse de esa tarea, porque se juega mucho. Se juega su propia forma de vida, sus valores y principios, y su legado a los que le seguirán. Y la forma que tiene de hacerlo es, precisamente, ejerciendo una ciudadanía responsable –Si vis pacem, pugna pro pace–, como miembro comprometido de ese estado democrático que debe garantizar la paz y que, dada la enormidad del empeño, normalmente tendrá que hacerlo en alianza con otros estados con los que comparta valores y principios, cultura y civilización. El compromiso ciudadano es compatible con la crítica y la desaprobación, encauzadas democráticamente; pero debería alejarse del cortoplacismo –búsqueda de una ventaja inmediata en perjuicio de un dividendo estable en el futuro– y el sectarismo ideológico.
Para finalizar, quisiera volver a incidir en el título inicial de este artículo: si quieres la paz, trabaja por ella; no creas que está garantizada –algo que la historia y la propia actualidad nos enseña repetidamente–, no lo delegues en otros para después olvidarte. La paz, como el pez necesita el agua para vivir, requiere el respeto de la dignidad humana, los derechos individuales y colectivos y la legalidad internacional. Todo ciudadano de una sociedad avanzada y democrática tiene un papel que jugar en el mantenimiento de esos principios: el de la participación responsable en la toma de decisiones y el control democrático de quienes gobiernan.
Francisco Javier Aguirre Azaña.
Zaragoza, 27 de enero de 2025.